En algún punto del otoño de 1972, poco después de que empezasen las clases en la Universidad Reed College, Steve Jobs entró en su habitación y se encontró a su novia con otro hombre. Si algo nos han enseñado las películas americanas es cómo a una escena como esa siempre le sigue una monumental bronca entre los dos machos alfa, pero en ese momento ocurrió algo inusual. El que luego se convertiría en fundador de Apple se puso a charlar con el otro estudiante ante la atónita mirada de la mujer.
Aunque a día de hoy es fácil dar por hecho que la situación se resolvió así gracias al poder de captación y carisma de Steve Jobs, en realidad fue justo al revés. Fue Robert Friedland el que le pidió que se quedase como si nada hubiese ocurrido, y fue el CEO de Apple el que quedó completamente fascinado por el magnetismo de aquella persona. Gran parte de lo que viviría Jobs años después, se lo debe a ese momento.
El maestro de Steve Jobs
Según comentaban quienes vivieron aquella relación, Friedland era una de esas personas capaces de vender arena en el desierto, una fuente de carisma embriagadora que chocaba con lo introvertido de Jobs de aquella época. Cuentan cómo aquél hippie que experimentaba con sustancias y gestionaba una granja de manzanas se convirtió en una suerte de guía para Steve Jobs. Que Apple terminase llamándose así inspirado por esa granja, no es lo único que le marcó.
Friedland invitó a Jobs a viajar a la India, a buscar su lado espiritual y a leer el libro Be Here Now sobre la meditación y el fenómeno yogui, pero sobre todo le enseñó a ser el líder al que todos querrían escuchar. Tal y como recogían varios compañeros, Steve Jobs le copió a Friedland el que luego se convertiría en su mejor truco, lo que sus empleados daban a conocer como el "campo de distorsión de la realidad".
El alucinante poder y magnetismo de Friedland era tal que convencía a los jóvenes para trabajar gratis en su granja mientras realizaba discursos místicos en los que, a base de oratoria, les convencía de hasta qué punto podrían conseguir cualquier cosa que se propusiesen. Además de quedar prendado también por aquella fuerza y espiritualidad, Steve Jobs tomó buena nota del método y posteriormente terminó aplicándolo en los desarrollos de Apple, a menudo para convertir en posible lo que sus trabajadores creían poco probable.
De la mano de un contacto visual intenso, convirtiendo las cifras en historias y con frases grandilocuentes frente a las que era difícil no prestar atención, los discursos de Steve Jobs en Apple y su "campo de distorsión de la realidad" se convirtieron en un símbolo de la compañía, consiguiendo embaucar a los trabajadores para que aquellos proyectos que apuntaban a durar una semana se viesen terminados en apenas 24 horas.
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